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La paz se construye desde el reconocimiento de las diferencias

En una sociedad democrática es indispensable el reconocimiento del otro, la tolerancia y el respeto a la pluralidad de opiniones de la ciudadanía. La democracia aporta procedimientos pacíficos e institucionales para dirimir las diferencias en el marco de la igualdad de derechos.

El diálogo allana el camino para acoger como válidas esas diferencias de criterios y las diversas experiencias, para encontrar aquello que nos une, abriendo paso a democracias verdaderamente inclusivas y a la transformación positiva de los conflictos para la construcción de paz.

La disposición a dialogar es inherente al ser humano. Pero este diálogo debe estar basado en la buena voluntad de escuchar al otro, sin críticas, aunque se disienta de lo que expresa. Se debe entrar en un proceso de diálogo con un verdadero interés por avanzar positivamente y con la obligación de respetar la dignidad de las otras personas.

Para ello es importante la comprensión de que más allá de las identidades individuales y colectivas, de las diferentes perspectivas de lo que ocurre en una situación de conflicto y de cuáles son los cambios que hay que hacer para alcanzar la paz positiva, lo particularmente valioso es encontrar y preservar espacios de confluencia y círculos de confianza, y anteponer los valores básicos compartidos que nos conectan por encima de los desacuerdos que nos separan.

Narrativas unificadoras

Cuando insistimos en una narrativa que deshumaniza al otro, categorizando sus opiniones como carentes de razón, y negándonos a entablar un diálogo constructivo, fomentamos su invisibilización y por ende la posibilidad de que se agudicen las tensiones y se produzcan episodios de violencia. Esta puede ser la justificación que necesita un grupo para intentar imponerse sobre el otro.

Mientras que si entablamos un proceso de diálogo fructífero que se base en la apertura a aceptar las diferencias, en la escucha activa y en narrativas unificadoras, podemos restaurar marcos de convivencia en un contexto donde impere la verdad, la justicia y el respeto a los derechos humanos.

Así los conflictos tienen la posibilidad de dirimirse y finalmente transformarse, sin caer en la lógica “suma cero” de vencido y vencedor, sino con acuerdos que permitan satisfacer necesidades comunes, desechando las posturas aparentemente irreconciliables y vinculando el accionar de los actores a maneras creativas de aportar para lograr la gestión positiva del conflicto, sin que se perciban estos acuerdos como la claudicación de una parte en beneficio de la otra.

El reconocimiento del otro es un paso hacia la construcción efectiva y real de la paz.