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Badsura, arte urbano para humanizar las ciudades

El arte urbano se apropia de las ciudades, y lo que comenzó como una acción casi clandestina, se ha convertido en una vía para la exigencia del derecho a una ciudad más humana, que responda a las necesidades de quienes en ella habitan.

Este derecho incluye, entre otras dimensiones, la posibilidad de que las personas transformen su ciudad en un mejor escenario para vivir. Que propicie el encuentro y devuelva a la ciudadanía un espacio más amable y digno.

Las intervenciones realizadas en paredes y muros por Wolfang Salazar (Badsura) son según su portal web «una expresión que trasforma la sociedad y no solo como un adorno». Sus obras atrapan miradas, comunican ideas, les dan alas a los sueños, sentimientos y emociones y nos reconectan con la esperanza.

Paralelamente, estas obras de arte rescatan el sentido de la venezolanidad, nuestros valores e identidad. Exaltan a figuras representativas de nuestra idiosincrasia. Y fomentan el amor y orgullo por nuestro país. Sus creaciones han permitido que las personas disfruten de un nuevo paisaje urbano, mucho más afable.

Desde muros y paredes intervenidos con diferentes técnicas, se exige el derecho a sentirse parte de la ciudad. De una ciudad que fomente el tejido social y la convivencia pacífica. También el derecho a un gobierno que responda a las necesidades de los ciudadanos. Así como los derechos a la igualdad y la no discriminación, a la protección de grupos vulnerables, a servicios públicos de calidad, a la libertad e integridad y a la participación política.

Espacios para la memoria

Pero las estructuras de las ciudades son también espacios para la memoria. Para impedir el olvido. No solo de quienes con su legado forman parte de nuestra historia, sino de aquellas personas que han sido víctimas en momentos oscuros de la historia. Las expresiones del arte urbano son también propicias para dejar plasmadas en espacios públicos situaciones del pasado que puedan ser narradas para las nuevas generaciones.

De esta manera, el arte contribuye con la memoria histórica y constituye una forma de reparar de manera simbólica a las víctimas y a sus familiares. Permite a los espectadores dar una mirada crítica al pasado e identificarse con el dolor de las víctimas, creando una memoria colectiva que trabaja a favor de la no repetición de los actos que se configuraron en graves violaciones a los derechos humanos.

Esto es especialmente importante en sociedades donde persiste el olvido y la indiferencia social. Los espacios para la memoria hacen un reconocimiento a las luchas de las víctimas, fomentan la solidaridad y abren caminos a la paz y la reconciliación.