Según el último informe del secretario general de las Naciones Unidas, “en 2021, el gasto militar alcanzó los 2,1 billones de dólares, la cifra más alta de los últimos 30 años”. A pesar de la entrada en vigencia del Tratado sobre el Comercio de Armas (2014) la cantidad de armamento y municiones que son fabricadas y comercializadas cada año en el mundo sigue en aumento.
Cifras de Amnistía Internacional señalan que cada año se fabrican 12.000 millones de balas. “Esa cantidad es casi suficiente para matar dos veces a todos los habitantes del mundo”. A pesar de las regulaciones, el comercio internacional de armas sigue proveyendo armas y municiones a países que atraviesan situaciones de inestabilidad política, donde este equipamiento puede ser utilizado para cometer graves violaciones del derecho internacional humanitario.
No solamente las personas que viven en países que enfrentan conflictos armados son afectadas por el comercio indiscriminado de armas. El uso de armas de fuego enluta día a día a cientos de hogares en todo el mundo. La violencia generalizada es otra pandemia que acecha a la población. Y el riesgo de que las armas sean utilizadas para cometer graves violaciones de derechos humanos por parte de gobiernos autoritarios también se incrementa día a día.
El desarme es un requisito indispensable para la construcción de paz. Forma parte de la responsabilidad de los Estados prevenir los conflictos armados, y, en el caso de que se produzcan, trabajar de manera mancomunada para alcanzar un acuerdo político que transforme el conflicto y ponga fin a las hostilidades. También está dentro de sus obligaciones la prevención de la violencia con políticas públicas adecuadas y la recopilación de datos que permitan atender las causas y no solamente las consecuencias.
Como parte de este proceso de prevención, la palabra también debe desarmarse. Las narrativas amenazantes, que alientan los enfrentamientos, dividen a la población y que argumentan que la confrontación violenta y las guerras son la única vía para dirimir las diferencias, no contribuyen con el establecimiento y mantenimiento de la paz.
Para construir la paz no es suficiente que se produzca el desarme y reducir las formas de violencia, sino también promover las relaciones positivas en la sociedad. Apostar al diálogo y a la negociación. Crear puentes de comunicación entre los representantes de las partes en conflicto a los fines de que puedan encontrar un lenguaje común para hablar de paz, a partir del cual puedan empezar a construirse acuerdos.
Es necesario desmontar las narrativas que alientan la confrontación y sustituirlas por discursos de inclusión, justicia y respeto a los derechos humanos, que vengan acompañados de los cambios estructurales necesarios para alcanzar una paz verdadera y sostenible.