Las historias de Ellas



Por Beatriz Borges, Fabiola Romero, María Corina Muskus 

Usamos estas líneas para hablar de una de las mayores crisis de movilidad humana, la de Venezuela. No queremos hablar de números, cifras, ni estadísticas, queremos hablar de ellas, de las mujeres y niñas, y de sus historias. Hablamos desde la experiencia de quienes también les tocó hacer de otro país su casa, pero de quienes desde nuestras profesiones y oficios vemos la crisis con otros lentes: los de género.

Es nuestro propósito hacer visible la forma cómo el proceso migratorio afecta a las mujeres y niñas de forma diferente y ante la mirada ciega de la mayoría. Analizar la feminización de la migración, procurando no dejar que el impacto de la crisis se mida solo por el aumento de mujeres y niñas en las estadísticas o cifras, es la principal motivación que nos convoca a narrar estas historias. Necesitamos ver más a los rostros poco conocidos de la crisis de movilidad humana, esos que no se ven en las noticias y que incluso poco se analizan y atienden.

Rostros para los cuales normalmente no se destinan recursos, ni políticas, ni líneas en la prensa. Aquí contamos algunas historias. Desde New York, México y Perú nos unimos tres feministas en una voz para contar algunas de sus historias, mostrarlas desde la afección, pero también desde la esperanza de que al compartirlas ayuden a conocer un poco más y comprender mejor la desigualdad, la discriminación y vulnerabilidad estructural que viven las mujeres migrantes.

María y Niurka, supervivencia y esperanza, caras de una misma realidad

María de 51 años, graduada en la universidad del Zulia, recibió en 2019 un kit de ayuda humanitaria en frontera. Ella es parte de lo que llaman migración pendulante, esa de la que forman parte miles de venezolanos y venezolanas al día en la frontera colombo-venezolana.

Al recibir el kit humanitario María nos contó desde su experiencia como doctora lo necesario que era el kit con estos productos de higiene para las mujeres. María es madre de dos adolescentes. Su salario como doctora en uno de los  hospitales más importantes en Maracaibo no le daba ni para comprar toallas sanitarias, por lo que le tocó renunciar luego de 18 años de servicio. Ahora, ella viaja a Colombia para laborar como trabajadora sexual. Así logra cada día ganar el dinero para mantener a su familia en Maracaibo, sobreviviendo a la crisis económica.

María se emocionó cuando ubicó en el kit unos condones. Quien los entregaba asumió que eran para su protección,. Sin embargo ella aclara que iban a ser útiles para poder esconder su dinero dentro de ella cuando regrese a Venezuela: “ya que siempre la guardia o los hombres que controlan la frontera nos detienen en las trochas para quitarnos lo que producimos”. María vive cada dos meses entre el acá y el allá, sobrevive con lo que gana, tiene su esposo que la apoya en esta situación en la que ella misma declara estar para poder sobrevivir. Sus dos hijas le han planteado acompañarla para hacerle menos dura la carga, ella insiste en que ellas deben seguir estudiando en Venezuela.

El dolor de ver esta historia contrasta con el de aquellas que también con pocos recursos, pero con otras posibilidades, hacen de la migración un proceso de organización y de ayuda a otros, donde la solidaridad se convierte en acción de amor y asistencia.

Les hablamos de Niurka, una mujer solicitante de asilo que en su propio proceso de búsqueda y encuentros, ha ayudado a muchos a sobrellevar el duro proceso migratorio. En la ciudad de New York, Niurka, junto a su esposo, creó una iniciativa dedicada a trabajar y ayudar a los venezolanos migrantes y refugiados.

Gracias a ella y a su iniciativa, hoy cientos de venezolanos, reciben clases de inglés, asistencia legal, incluso un poco de comida o abrigos para el intenso invierno. Los Estados Unidos parece para muchos un destino de privilegiados que llegan por vía aérea, pero sin duda cuando escuchas a Niurka contar las historias de tantos a los que le ha tocado ayudar esa imagen se borra de tu mente.

Ella a través de redes de solidaridad le ha tendido la mano a aquellos que llegan en condiciones muy precarias y necesitan de apoyo y asistencia. Así como trabaja comprometidamente por los migrantes y refugiados venezolanos para exigir mejores condiciones y reconocimiento de derechos, también le toca tener un trabajo con una jornada intensa para poder apoyar económicamente a su familia de la cual es el único sustento.

Esta es la historia de una mujer a la que su convicción por hacer lo correcto, y su liderazgo en ayudar a otros, no la han protegido de ser ella también víctima de lo que a muchos venezolanos padecen al dejar sus vidas en Venezuela. Hace unos meses le intentaron quitar su casa en Caracas en el marco de censos y amenazas en los operativos de inventarios de viviendas vacías. Desde fuera, con angustia, elevó su voz por esa injusticia y arbitrariedad que se sigue viviendo en Venezuela. Su angustia permanece incluso en la distancia, sin embargo sigue impactando la vida de muchas personas. Niurka es una muestra clara que apoyar el liderazgo femenino en estos procesos tiene importantes resultados para la comunidad.

Andrea y Carolina, discriminación en cualquier circunstancia

Definitivamente la migración bajo las circunstancias en las cuales huyen las venezolanas produce consecuencias que exacerban la discriminación por motivos de género. Esto es más visible en países donde esta brecha es más amplia. En este caso específico les hablaremos de la situación que afrontan las mujeres en México, en particular la historia de Andrea.

A pesar de que México no ha sido un país de destino principal de las y los venezolanos, si es un país donde se calcula que se encuentran 70 mil personas. El 54% de esta población migrante son mujeres. El proceso migratorio conlleva también a sufrir las consecuencias de la discriminación que sufren las mujeres en el país que nos recibe.

México además de caracterizarse por una cultura, comida y paisajes maravillosos, también se les conoce por ser el país latinoamericano con la más alta tasa de feminicidios, con 8 mujeres asesinadas el día, según cifras de Amnistía Internacional para 2019.

Para Andrea ha sido muy visible desde su llegada a México la cultura machista y patriarcal, la cual que la ha llevado a tomar medidas que ella nunca había pensado que tenía que asumir. Andrea, día a día, miente al vigilante de su edificio con que el padre de su hija, de quien ella ejerce la crianza de forma exclusiva, llegará en los próximos días. Porque el hecho de ser una mujer soltera criando a una hija es prácticamente imposible para la cultura machista.

Andrea, es una emprendedora exitosa y ha querido llevar su trabajo a su nuevo país de acogida, sin embargo, ha decidido enviar los correos electrónicos usando solo su apellido, por recomendación de mexicanos. Esto para ver si puede disfrazar el hecho de ser mujer y obtener una respuesta, en algunos casos de forma pronta y expedita. ¿Les parece conocido? Si, es el mismo caso de JK Rowling y millones de mujeres que escondían sus nombres para no ser discriminadas por el hecho de ser mujer. Andrea, día a día, visita clientes y oficinas. Ha vivido la violencia machista y callejera cuando al usar el transporte público un hombre le tocó las nalgas al bajarse del metro. Ya ha perdido la cuenta de las veces que  ha visto a hombres masturbarse en espacios públicos mientras miraban a mujeres. A Andrea le han preguntado en numerosas ocasiones si no tiene un compañero que pueda ir a presentar, ya que, incluso personas que desean ayudarle, le sugieren que de esa forma podría ser escuchada.

También se le ha sugerido vestir de colores oscuros y poco llamativos, para que los hombres en las calles y en las reuniones la tomen “en serio”. Para Andrea no ha sido fácil desarrollarse como emprendedora y madre en una sociedad donde la discriminación por razones de género es una constante en cada paso que da. Andrea, entiende que como mujer y migrante le ha tocado enfrentar dificultades para avanzar con sus sueños.

Ella no tuvo que caminar por tierra, intercambiar sexo por alimentos, o dejar a su hija atrás, sin embargo, con sus posibilidades, ser mujer para ella tiene un significado en el país que la acoge. Andrea ve con claridad la discriminación que enfrentan las mujeres migrantes dependiendo de sus circunstancias.

Ahora bien, si ser mujer migrante implica distintas capas de discriminación, agrégenle pertenecer a la comunidad LGBT. Carolina es una mujer trans que realiza trabajo sexual en Cartagena y se mueve de forma fluida dentro de Colombia. Carolina tuvo que huir de la violencia intrafamiliar que sufrió en su propio entorno. Desde muy joven fue objeto de discriminación y rechazo en su propio hogar. Esto fue muy duro para ella. Tuvo que salir. Ya llevaba meses iniciando su proceso de hormonización en Venezuela. Proceso que había comenzado de forma propia usando anticonceptivos, cuando los conseguía, ya que en Venezuela no existe el reconocimiento al derecho de elegir tu identidad.

A Carolina una amiga venezolana en Cartagena le sugirió que se fuera para allá, comentándole que el trabajo sexual es una forma de subsistencia para muchas mujeres trans y que conseguiría numerosos clientes, ya que el hecho de ser mujer trans atrae a muchos hombres. Carolina tuvo que salir de forma irregular pagando por frontera, porque su documento de identidad y pasaporte no guardan relación con su expresión de género. En Venezuela todavía no se reconoce el derecho de las personas transexuales de cambiar sus nombres y partidas de nacimiento para que se adecuen a su identidad de género.

Una vez en Cartagena, comenzó a trabajar con sus amigas trans, porque las mujeres trabajadoras sexuales cis no la reconocían como par ni quieren trabajar con ellas. Aun dentro del trabajo sexual existe un desconocimiento de que ser mujer no te lo da un órgano sexual. Las mujeres se hacen, no nacen, como bien decía Simone de Beauvoir. Lo más duro de todo es que Carolina, hoy en día, no tiene un entorno seguro donde protegerse. Como sus propias amigas también puede ser objeto de violencia por parte de clientes, como sucedió con Ale, quien fue secuestrada por un cliente por meses sin poder salir. Carolina todavía lucha porque se le reconozcan sus derechos a la identidad. Ser reconocida como mujer sería un paso para que ella pudiera acceder a la educación, y como ella menciona, dejar el trabajo sexual para poder dedicarse a otra labor.

Laura y Cristina, ser madre marca la diferencia

Laura deseaba lograr salir con su hijo de Venezuela pero no sabía todos los obstáculos que tendría que enfrentar. Se piensa que si una madre trata de salir del país separa al hijo de un padre, sin embargo, no necesariamente se evalúa el vínculo del niño y la responsabilidad de ese padre con el niño. Queda en la madre demostrar la “buena fe” y tener casi que en muchos casos “fabricar” al padre para que firme la autorización.

En las instituciones no se tiene el mismo rigor y no se han fortalecido los mecanismos para que los padres cumplan con sus responsabilidades y se fortalezca el vínculo entre el padre y los hijos. A pesar de ser un proceso bastante cuesta arriba, Laura finalmente logró el documento de autorización de salida de su hijo de Venezuela y comenzó su ruta.

Después de un recorrido largo, se detuvo en Colombia por un tiempo. El niño tiene doble nacionalidad pues su padre es colombiano. Allí Laura hizo todo lo que pudo y logró que operaran a su hijo, quien tiene una discapacidad auditiva llamada hipoacusia neurosensorial bilateral, por lo que le implantaron un dispositivo para que pudiese comenzar a escuchar. En Venezuela se le había imposibilitado el implante por la situación del sistema de salud.

Laura pensó que podía quedarse en Colombia, pero las condiciones fueron difíciles y continuó con su viaje. El único apoyo de Laura en este tránsito fue su incondicional hermana. Juanto a su hermana y a su hijo llegó a Perú. Ha trabajado en todo lo que ha podido. Aunque su hijo se encuentra estudiando en un colegio, integrándose, ella tiene que trabajar largas horas al día. Es posible para ella trabajar ya que su hermana la apoya en el cuidado del niño.

Ser madre migrante de un niño con discapacidad auditiva es un gran reto. La mujeres venezolanas vienen en unas condiciones de vida de gran vulnerabilidad, sin dinero, con hijos, y en un gran número de casos solas. Laura es joven y educada, ha tenido que enfrentar el acoso de hombres que buscan aprovecharse de su vulnerabilidad. Ha tenido la fortaleza de no dejarse arropar por la angustia. Ella lucha todos los días por llevar la comida a la mesa de su hijo y que él pueda tener las condiciones que no le estaba dando en Venezuela. Hasta ahora lo ha logrado. Sin embargo, día a días se hace la pregunta ¿cómo lo logrará?

La historia de Laura es dura por ser madre sola; pero la compañía no necesariamente te resta el peso de esta realidad, así lo demuestra la historia de Cristina, madre y esposa.

Cristina trabajaba como pequeña comerciante en Venezuela junto a su esposo. Decidieron migrar a Perú ya que las condiciones del país cada día los arropaban más. Llegar al Perú no fue sencillo, se vinieron por tierra, poco a poco, por el dinero que implicaba llegar toda la familia junta.

Pudieron llegar y comenzar a incorporarse a la vida en Lima. Tenían que regularizar su condición migratoria para acceder al mercado laboral con más facilidad. La primera decisión tomada en la familia fue que solo el esposo lo hiciese. El costo de la documentación del Permiso Temporal de Permanencia (PTP) no pasaba de 50 dólares, pero la familia solo tenía para uno. Entre ambos pensaron que más oportunidad tendría el padre. Meses después se cerró la ventana de posibilidad de regularizar la condición migratoria a través del PTP. En ese momento Cristina y sus dos hijos pasaron a estar en condición irregular en el país, es decir, a estar en la sombra, a estar limitados de acceder a los sistemas formales de salud, trabajo y educación.

Desde su llegada, ella ha podido tener más posibilidades de ingreso y trabajo. Se han abierto más espacios en la economía del cuidado. Es decir cuidando a personas niños y ancianos, y también como ambulante. A su esposo le ha costado mucho más insertarse al mercado laboral. Una consecuencia de que ella esté trabajando en negro es ser subpagada y además en algunos casos hasta no recibir la paga, con la amenaza de que la van a denunciar por no tener papeles.

Revisemos cómo el sistema patriarcal funcionó en este caso. El rol de los hombres es de “ser proveedores” y “las mujeres normalmente al cuidado”, esa es la mirada que tiene la sociedad. Es por ello que se prioriza la incorporación del hombre al sistema formal, además, luego no se da la importancia a que las mujeres y los niños tengan un estatus legal formal; dejándolos vulnerables y fuera del sistema. Cristina no puede salir del país, pero dentro del mismo es como que no existiera. Ella lleva en sus hombros la responsabilidad del cuidado, pero además, la generación del dinero.

Juan ha tratado de luchar contra el sistema donde justamente la incorporación de las mujeres puede ser más sencilla. Porque en la economía del cuidado la explotación de ellas impera. Él no lo sabe, ha luchado por llevar la comida a la casa, pero ha sido más lento y difícil.

Juan está en el camino de la depresión, cada día salir se le hace más difícil, se frustra. Cristina le ha pedido que busque apoyo psicológico, sin embargo, para Juan “los hombres” no se deprimen. Para Juan ha sido muy difícil abandonar lo que fue en Venezuela, sentir que “ya no es”, verse como que perdió su capacidad de ser el “hombre de la casa”, su estatus y su rol los siente perdidos.

Cristina todos los días tiene que sostener en sus hombros las responsabilidad de su familia, el ser el sostén económico y emocional. Lucha por que su hijos y su esposo estén bien. Ahora es una venezolana en condición irregular y sus hijos también. Continuamente se pregunta cómo integrarse al país de forma regular, cómo apoyar a su esposo y como darle mejor vida a sus hijos.

La feminización de la migración

Son únicas las historias detrás de cada mujer que migra. En sus historias es imposible dejar de ver una vulnerabilidad estructural de una sociedad que no garantiza plenamente los derechos de las mujeres.  Las historias de ellas: María, Niurka, Andrea, Carolina, Laura y Cristina, nos muestran distintos rostros e historias reales de mujeres venezolanas que hoy viven la dinámica de la movilidad humana.

Ellas se fueron de forma forzada y como migrantes y refugiadas enfrentan retos diferentes. Cuando hablamos de la feminización de la migración hablamos de cómo todos estos factores afectan a las mujeres y niñas en forma diferente a los hombres. Ser víctima de violencia sexual, acoso, discriminación laboral, explotación y abuso tiene un significación particular para las mujeres. Los datos sobre los motivos específicos y características de la población femenina migrante son invisibles en la mayoría de estadísticas sobre el tema migratorio y sus consecuencias desconocidas. Por ello esperamos contribuir con estas líneas a que puedan ser más visibles. Estas son las historias de ellas.

Foto de HRW


Comentarios


Deja una respuesta