Las mujeres de La Dolorita afrontan la cuarentena sin recursos y sin apoyo del Estado


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Publicado el: 15 de abril de 2020

A las múltiples vulnerabilidades que enfrentan las mujeres de La Dolorita: viviendas precarias, escasos servicios sanitarios, fallas frecuentes de electricidad, transporte y comunicaciones, ahora se le añade el miedo al contagio de COVID-19.


La Dolorita es una de las parroquias más desasistidas de las cinco que componen el municipio Sucre del estado Miranda. Carece de los más elementales servicios públicos. En algunos sectores el agua no llega por las tuberías desde hace doce años. Los apagones son recurrentes, el transporte escaso, no hay alumbrado público, ni tampoco buena cobertura de telefonía, mucho menos servicio de internet.

A pesar de su cercanía con urbanizaciones de clase media, como Miranda, Terrazas del Ávila y Parque Caiza, La Dolorita sigue conservando un aire rural, debido a que está en una zona montañosa y múltiples siembras la rodean.

Sin embargo, dista mucho de ser un sitio apacible y tranquilo. Su población, que para el último censo del Instituto Nacional de Estadística (INE) hecho en el 2011 ya alcanzaba las 84 mil personas, padece bajo una delincuencia desbordada, a pesar de la presencia de un puesto de la Guardia Nacional Bolivariana (GNB) en la llamada segunda entrada.

En esta parroquia desarrollamos parte de nuestro trabajo de empoderamiento de mujeres de base. Allí hemos podido constatar, de primera mano, las múltiples dificultades que enfrentan las mujeres de La Dolorita día a día.

Transporte escaso e inseguro

La cercanía de la estación Mariche del Metrocable no ha resuelto uno de los graves problemas en la zona: la falta de transporte público. La promesa de una estación para el sector fue recibida con gran entusiasmo por la población. La estructura permanece abandonada en la segunda entrada de La Dolorita. Una oferta incumplida, como otras 24 obras de las 33 encargadas a la constructora brasileña Odebrecht en Venezuela. El servicio que presta la estación Mariche es ineficiente y peligroso. Relatos de las mujeres del sector dan cuenta de robos y violaciones en las cabinas del Metrocable, y las constantes fallas las dejan detenidas en el vacío durante horas, incluso con personas adentro. Por su parte, el transporte superficial es escaso y costoso. Además los atracos son frecuentes.

12 años sin agua

Venezuela no está preparada para cumplir con la primera barrera para evitar el contagio de coronavirus: el lavado frecuente de las manos con agua y jabón. De acuerdo con el Observatorio Venezolano de Servicios Públicos, en siete ciudades de Venezuela un 61% de las personas recibe agua ocasionalmente, y un 11% nunca. La población de la Dolorita está en este último grupo.

La comunidad se surte de agua en improvisadas tomas o con la compra de costosas cisternas, que no llegan a cubrir la demanda. Con la llegada de la pandemia de COVID-19 la necesidad de recoger agua se volvió más apremiante. ¿Cómo cumplir con la sencilla norma de lavado de manos cuando desde hace 12 años no se recibe el agua por tuberías? Y más cuando la cuarentena impide a las mujeres, en su mayoría dedicadas a trabajos insertos en la economía informal, obtener dinero para pagar a precios irracionales el costo de un servicio que deberían recibir del Estado.

En el Guamo, unos de los sectores más empobrecidos de la parroquia, unas pequeñas cisternas van muy esporádicamente, sobre todo debido a las dificultades de acceso. Calles empinadas y en mal estado, así como lo lejano de los llenaderos, impide el paso a cisternas de mayor capacidad. El servicio es cobrado en efectivo o en dólares, complicando aún más la precaria situación sanitaria del sector. «La bomba no se mete para comprarle y llenar un pipote vale un dólar», aclara J., una de las mujeres de La Dolorita entrevistada por Cepaz y cuyas identidades mantenemos en reserva.

Al final de la calle principal hay una toma a la que la colectividad llama “El Pocito”. La calidad del agua es precaria y las largas filas para llenar envases comienzan muy temprano. A esto se une que las mujeres deben caminar por estrechas y escarpadas escaleras para llegar allí. La alternativa es recolectar la lluvia en pipotes, tanques y cualquier otro recipiente disponible a través de canales construidos en los techos de las casas.

Los tobos y envases para almacenar agua se multiplican, impidiendo incluso el fácil acceso a las viviendas, y los tanques azules forman parte del paisaje. Cuando deja de llover la situación se agrava, pues deben buscar dinero y esperar la llegada de las cisternas.

En cualquier caso, acarrear agua es una tarea extenuante, que recae fundamentalmente sobre las mujeres. Las consecuencias se ven a mediano y largo plazo. Dolores articulares, musculares, deformaciones en las muñecas entre otras. Además les quita tiempo para realizar otras actividades, tanto de trabajo como de formación, cuido y ocio. En la Clínica Popular de La Dolorita se multiplican los casos de enfermedades relacionadas con la escasa calidad del agua almacenada: diarreas, vómitos, escabiosis, entre otras dolencias.

Sin agua, ni jabón, ¿cómo evitar el contagio de coronavirus?

En marzo de 2019, a raíz del apagón nacional, hicimos un grupo focal para analizar cómo esa situación extraordinaria les afectó. Ahora, con la pandemia de COVID-19, una pequeña entrevista nos permitió recoger de primera mano qué están haciendo las mujeres para evitar el contagio y qué tipo de apoyo reciben de las autoridades locales.

Ante la carencia de agua, las mujeres de La Dolorita se las ingenian para protegerse del coronavirus. «No tenemos agua, ni jabón, ni gel antibacterial. Tengo que bajar todos los días a cargar agua del pozo para por lo menos tener agua. Usamos poca agua para mantenernos limpios ya que no tengo dinero para comprar jabón», aclara A.

«No tenemos recursos para combatir el coronavirus. No tengo jabón. Con el poquito dinero que tengo a veces compro un poquito de jabón líquido y hago el aseo de la casa», explica V. sobre cómo previenen el contagio. «Compramos tapabocas hechos en casa a una costurera que los vende en 40 mil bolívares», indicó E. «Mi mamá también los hace y nos ha dado a nosotros», añade V.

En la parroquia no se han hecho despistajes de coronavirus, aseguran las mujeres. A quienes presentan síntomas parecidos a los del COVID-19, los médicos cubanos que están en la zona les dicen que van a ir a verlos a sus casas, pero pasan días sin que esto ocurra. No hay un centro hospitalario cercano y deben trasladarse a Petare en busca de atención.

Sin alimentos para la cuarentena

La declaración de la cuarentena en Venezuela debido a la pandemia tomó de sorpresa a las mujeres de La Dolorita. Sin ingresos fijos, y sin capacidad de ahorro, la posiblidad de almacenar alimentos y productos de higiene era casi nula para la mayoría de las familias. «Me afectó bastante. No tengo los recursos necesarios para pasar la cuarentena», asegura A. «Yo no estaba preparada y ahora no podemos hacer nada», se lamenta E.

Esta medida, anunciada la tarde del domingo 15 de marzo por Nicolás Maduro y vigente desde el lunes 16, no contempló estrategias para palear la realidad de quienes dependen de un ingreso diario para subsistir, y mucho menos se pensó en dotar de alimentos a los escasos establecimientos existentes en zonas como La Dolorita, para así aprovisionar a la población. «Yo trabajaba en casa de familia y si no voy, no me pagan. Ahorita estoy comiendo porque en el comedor en el que estaban mis hijos nos dieron la comida sin hacer», refiere V.

En la parroquia varias organizaciones de la sociedad civil, incluyendo Cepaz, establecieron comedores solidarios para tratar de compensar los estragos de la emergencia humanitaria compleja que aqueja a Venezuela, que ha generado una baja ingesta calórica que pone en riesgo la salud de millones de personas en todo el país.

«Yo me quedé sin trabajo porque no puedo salir y ahora tampoco puedo conseguirles las cosas a mis hijos», explica A. Pequeños huertos familiares tratan de compensar de alguna manera la carencia de alimentos. Pero sin agua para el riego y la cercanía de la temporada de calor impiden el crecimiento de los cultivos. También los pequeños emprendimientos están prácticamente paralizados. «Lo que hago día a día es hacer helados para tener un poquito de recursos para comprarle la comida a mis hijos», añade.

Control social

«Yo tenía dos niños en un internado y me los trajeron porque no pueden estar allí. Y somos más de ocho en la casa y la situación es brava con la comida», refiere Y. «Estamos esperando la caja y nada que llega tampoco», apunta L., en referencia a la caja de alimentos entregada por los Comités Locales de Abastecimiento y Producción (CLAP), un mecanismo de control social aplicado por el régimen, que al igual que el Carnet de la Patria, condiciona la ayuda al apoyo político al oficialismo en los sectores populares, violando no solo su derecho a la alimentación, sino a la participación política.

«Tengo que esperar los bonos para comprar en una bodega aquí en el barrio», nos cuenta A. Conseguir los alimentos es complicado para las mujeres de La Dolorita. Hacen largas colas, de más de una hora, y pagan los productos a altos precios. «Mi esposo busca yuca y cambur en la cosecha. No tengo dinero para comprar nada», asegura Y.

Ni luz, ni gas

La situación de los demás servicios es igualmente precaria. «Nos quitan la luz en la mañana todos los días y nos la ponen en la tarde. Con el gas nos venden una sola bombona y no viene con la carga completa», reclama A. Agrega que la bombona aumentó tras la cuarentena.

La cercanía de un puesto de la Guardia Nacional Bolivariana (GNB) genera también conflictos en la comunidad. Durante los primeros días de la cuarentena el paso hacia Mariche estuvo cerrado. A las personas que circulaban a pie los guardias les advertían que no podían salir a comprar, por lo que se vieron en la necesidad de adquirir los pocos alimentos disponibles en las bodegas cercanas. «Compramos harina y arroz que es para lo que nos alcanza», dice A. Luego de varios días la situación se flexibilizó, pero el «toque de queda» impuesto por la GNB en el sector comienza a las 5:00 pm. «Si te ven en la calle te llevan», agrega.

Una respuesta urgente y diferenciada

La respuesta del Estado ante la llegada del coronavirus a Venezuela debió considerar de manera diferenciada las vulneraciones y necesidades de las mujeres desde el inicio de la respuesta, para garantizar que sean beneficiadas por la asistencia. Las mujeres deberían estar implicadas en todas las fases de la respuesta y en la toma de las decisiones que las afecten.

En La Dolorita, las mujeres sin límites, como ellas mismas se han autodenominado, se preparan día a día para superar esta pandemia. Desde apelar a las redes de solidaridad que han construido durante el proceso de empoderamiento, para apoyarse unas a las otras cuando no tienen alimentos, pasando por aprender a coser sus propios tapabocas y a hacer máscaras con botellones plásticos, hasta proseguir su proceso formativo por cualquier vía, incluso a través de mensajes de texto y llamadas, por medio de las cuales hemos podido también, en estos días de cuarentena, documentar lo que ocurre en la parroquia para brindarles asistencia y apoyo, ante un Estado que ha dejado de cumplir con sus obligaciones, dejando a la parroquia en completo abandono.

Nota: Las fotos que acompañan este trabajo fueron tomadas por las mujeres de La Dolorita, quienes en su proceso de empoderamiento reconocen la importancia del registro fotográfico para dejar constancia de la gravedad de su situación.


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